jueves, 5 de abril de 2012

Libres...

"Señorías, es para mí un gran consuelo constatar que mi colega el Sr. Baldwin ha defendido el caso tan eficaz y detalladamente ¡que apenas me resta nada que decir!

Sin embargo, ¿por qué estamos aquí? ¿Cómo es posible que una simple cuestión de propiedad se haya ennoblecido tanto como para ser argumentada ante el Supremo de los Estados Unidos de América? 

¿Tememos que los tribunales inferiores que fallaron a nuestro favor no averiguaron la verdad? 
¿Es eso? 
¿O es que nuestro miedo voraz a la guerra civil nos ha hecho cargar de simbolismo una cosa que nada tiene que ser con él?

Ese miedo nos impide ver la verdad, aunque  se alce ante nosotros alta y orgullosa como una montaña.

La verdad.

A la verdad se ha la alejado de este caso como una esclava. Azotada por los tribunales. Vejada y humillada.

 No por la gran sapiencia legal de la acusación, debo añadir. Si no por el pargo y poderoso brazo del jefe del Estado.

No es una simple cuestión de propiedad, es el caso más importante que se ha presentado ante este tribunal, porque a lo que en realidad concierne es a la naturaleza misma del hombre.

Estas con las transcripciones de las cartas cruzadas entre el secretario de Estado John Fordshire y la reina de España, Isabel II. Les ruego que las consulten como parte de sus deliberaciones. No me referiré a ellas ahora, pero sí a una curiosa frase que se repite con frecuencia: la reina, una y otra vez, se refiere a la incompetencia de nuestros tribunales
¿Qué podría ser más de su agrado? 
¿Eh? 
¿Un tribunal que se pronuncia contra los acusados? 
Creo que no. 

Y este es el detalle importante: lo que quiere su Majestad es un tribunal que se comporte como los suyos. Tribunales con los que esa niña de once años juega en su mágico reino llamado España.

Un tribunal que haga lo que se le ordene.

Un tribunal juguete como una muñeca.

Un tribunal del que nuestro propio presidente se mostraría orgulloso.

Esta es una publicación de la oficina presidencial. Se titula Revista de la Presidencia. Seguro que todos la leen. Al menos seguro que el presidente espera que todos la lean. Es un número reciente e incluye un artículo que está escrito por una aguda mente del sur.
Dice que nunca ha existido una sociedad civilizada en la que una parte de ella no haya medrado acosta del trabajo de otra. Podemos retroceder lo que sea. Hasta la antigüedad o a los tiempos de la Biblia. La historia nos lo confirma. En el Edén, donde solo se crearon dos seres, incluso allí, uno estuvo subordinado al otro. La esclavitud siempre nos ha acompañado y no es ni pecaminosa ni inmoral. Más aún, igual que la guerra y el antagonismo son naturales al hombre, lo es la esclavitud.

Tan natural como inevitable.

Caballeros, debo decir que difiero e las agudas mentes del sur y de nuestro presidente, que comparte sus opiniones. Y afirmo, por el contrario, que el estado natural del hombre, y sé que se trata de una idea polémica, es la libertad.

La libertad.

Prueba de ello es hasta dónde puede llegar un hombre, una mujer o un niño para recuperarla.

Romperán todas sus cadenas.

Diezmarán a sus enemigos.

Lo harán una vez y otra, y otra, contra todo evento, contra todos los prejuicios para regresar a su hogar.

Sinké, ¿quiere levantarse, por favor? Así le verán todos.
Este hombre es negro, eso es evidente pero, ¿podemos ver con la misma facilidad algo que es igualmente cierto? ¿Qué él es el único héroe que hay en esta sala?

Si él fuera blanco no estaría de pie ante este tribunal defendiendo su vida.

Si fuera un blanco esclavizado por los ingleses, no podría estar de pie bajo el peso de tantas medallas con las que se le habría recompensado.

Se escribirían canciones sobre él.

Los grandes autores escribirían libros sobre su vida.

Su historia se narraría y narraría en nuestras clases.

Nuestros hijos, porque nos ocuparíamos de ello, conocerían su nombre tanto como el de Patrick Heriw.

Si el sur tiene razón, ¿qué podemos hacer con ese documento tan embarazoso? La Declaración de Independencia. ¿Qué hacer con esas pretensiones?

¿Todos los hombres son iguales?

¿Derechos inalienables vida, libertad y así sucesivamente?

¿Qué hacemos con todo esto?

Haré una modesta sugerencia: [rompe unos papeles]


La otra noche estuve hablando con mi amigo Sinké. Vino a mi casa y estuvimos en mi invernadero. Me explicó que entre los miembros del pueblo Mengue, al que pertenece, cuando un mengue se encuentra de una situación extremadamente desesperada, invoca a sus antepasados.

Tradición.

Un mengue sabe que si puede invocar a los espíritus de sus antepasados es porque nunca le han abandonado y que, la sabiduría y la fuerza que ellos concibieron e inspiraron, vendrán en su ayuda.

James Madison.

Alexander Hamilton.

Benjamin Franklin.

Thomas Jefferson.

George Washington.

John Adams.

Hace mucho que nos resistimos a pediros ayuda. Quizá porque temíamos que al hacerlo estuviéramos reconociendo que nuestra individualidad, que tanto veneramos, no es enteramente nuestra.

Quizá porque temíamos que podría interpretarse como una debilidad. Pero hemos comprendido, al fin, que no es así.

Ahora entendemos, se nos ha hecho entender. Y abrazamos ese entendimiento.

Que en realidad somos quieres éramos.

Necesitamos vuestra fuerza y sabiduría para vencer nuestros temores, nuestros prejuicios, a nosotros mismos. 

Dadnos valor para hacer lo que es justo. Y si eso implica la guerra civil, adelante con ella y, cuando eso ocurra, que sea por fin la última batalla de la Revolución Americana.

He terminado."

Discurso final del personaje de Antony Hopkins en la película “Amistad”.


Ayer vi la película y no puedo hacer otra cosa que recomendarla. Maravillosa y enseña muchas cosas.

Espero que si tenéis la ocasión de verla lo hagáis, a ver si os gusta tanto como a mí.

Besitos y, como siempre…

Dicho queda.

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